El legado de Grecia en Sicilia

Columnas dóricas, teatros, dioses de mármol… En la mayor isla del Mediterráneo los colonos griegos construyeron algunas de las más hermosas edificaciones de su civilización

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Foto: Ylli Lamaj / Age fotostock

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Agrigento

Acragas (siglo VI a.C.) fue una de las mayores ciudades griegas. El templo de la Concordia es el que mejor se conserva de los que se alzan en el Valle de los Reyes.

Foto: Luca Mancuso / Age fotostock

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Scala dei Turchi

La playa de Scala dei Turchi, al oeste de Porto Empedocle, tiene unos espectaculares acantilados de marga.

Foto: Martin Stoiser

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Segesta

Este templo dórico se conserva bien gracias a su aislamiento y a que no llegó a ser concluido –carece de techo y las columnas, de estrías–, ni por ello saqueado.

Foto: Age Fotostock

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Palermo y sus museos

Entre los museos de Palermo donde se recoge la huella de Grecia en tierras sicilianas destaca el Museo Arqueológico Regional Antonio Salinas, ubicado en el convento de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri y levantado en torno a tres acogedores claustros. Junto a piezas fenicias, etruscas y cartaginesas, sobresalen las obras de arte griego: capiteles, sarcófagos, magníficas metopas, un fragmento del friso oriental del Partenón y estatuas de deidades, así como monedas y enseres domésticos. Por su parte, el Museo de Arte y Arqueología Ignazio Mormino acoge obras de Selinunte, como este bajorrelieve de Perseo cortando la cabeza de Medusa, mientras evita mirarla directamente para no quedar petrificado por el horror.

Foto: Salvo Olimpo / 500px

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Taormina

A partir del vino de Marsala se elabora el vino de almendras, un producto de Taormina.

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Dioniso Yaco

En 1882 un niño de Castelvetrano halló esta estatua en bronce del siglo V a.C., conocida como el Efebo de Selinunte, que parece representar a Dioniso Yaco. En 1962 fue robada y se recuperó en 1968 gracias a una operación policial. Tras exhibirse en el Museo A. Salinas de Palermo, retornó a Castelvetrano en 1997.

Foto: Antonino Bartuccio / Fototeca 9x12

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Taormina

Una perla con vistas al Etna

Esta ciudad situada sobre una terraza del monte Tauro –del que deriva su nombre– es uno de los enclaves más atractivos de la costa oriental de Sicilia. El ferrocarril que la unía a Mesina desde 1866 convirtió Taormina en un gran destino turístico, donde la burguesía finisecular de media Europa festejaba su amor al Mediterráneo y al legado griego. Su gran teatro de más de 100 metros de diámetro, con la silueta del Etna al fondo, acabaría siendo un escenario romano, en el que la catarsis de las tragedias daría paso a luchas de gladiadores. El recinto y la ciudad que lo envuelve enamoraron a Goethe, André Gide, Thomas Mann, Jean Cocteau o Tennessee Williams. Woody Allen rodó en el teatro escenas de Poderosa Afrodita (1995). 

Foto: Fototeca 9x12

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Placa de terracota, Museo Paolo Orsi, Siracusa.

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Cerámica de Selinunte, Palacio Branciforte, Palermo.

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Sarcófago del Valle de los Templos, Museo Nacional de Agrigento.

Foto: Claudio Cassaro / Fototeca 9x12

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Los telamones de Agrigento

El templo de Zeus Olímpico o de los Gigantes, en Agrigento, contaba con diversos telamones o atlantes, unas figuras masculinas colosales, de 7,5 metros de altura, con los brazos doblados por encima de los hombros y que servían como columnas, de modo similar a las cariátides. La que se ve en la imagen se halla en el Museo Nacional de Agrigento, una de las ciudades más poderosas en la edad de oro de la Magna Grecia (siglos VI y V a.C) y cuna del filósofo Empédocles. Su Valle de los Reyes –Patrimonio de la Humanidad– posee algunos de los edificios más antiguos y mejor conservados fuera de la propia Grecia.

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Una vuelta a Sicilia en seis etapas

1. Palermo. La gran capital siciliana posee rincones llenos de encanto y un gran patrimonio artístico.

2. Cefalú. Además de su playa, este pueblo de pescadores tiene tres imponentes edificios religiosos. 

3. Taormina. La ciudad más aristocrática y glamurosa de la isla.

4. Etna. Varios caminos remontan sus laderas y se acercan al cráter.

5. Agrigento. Un conjunto de templos fascinantes próximo al mar.

6. Prizzi y Corleone. En estos pueblos que coronan promontorios, y cuyos nombres ha inmortalizado el cine, late la Sicilia más genuina.

En la Antigüedad se llamó Magna Grecia al territorio del sur de la península itálica y de Sicilia donde se establecieron los colonos griegos. Hoy sus vestigios pueden competir con los de Atenas o el Peloponeso: columnas rematadas en capiteles dóricos y frontones, teatros esplendentes, deidades esculpidas según los cánones… La isla italiana propone un viaje único a través del tiempo, hasta tal punto de que en cualquier momento al visitante le resultará difícil saber en qué momento histórico se halla.

El templo de Segesta se alza en lo alto de un monte tapizado de vegetación, solo 50 kilómetros al oeste de la capital siciliana, Palermo. Esta edificación inacabada del siglo V a.C. ha llegado a nuestros días en un magnífico estado gracias a su aislamiento de los núcleos urbanos. Ante él se entiende, como en pocos lugares, por qué los griegos relacionaban la armonía dórica con la calma del espíritu. El escritor y viajero Guy de Maupassant (1850-1893) afirmó que, al acercarse a esta campiña, tuvo la convicción de que "no cabía colocar allí nada más que un templo griego, y que era aquel el único sitio en que cabía colocarlo". Pero su mejor perspectiva se halla un poco más arriba, cuando remontando otro cerro –a pie o en microbús– se alcanza un teatro griego con capacidad para tres mil personas. Las gradas superiores, las más afectadas por el paso del tiempo, brindan una magnífica vista de todo el valle, y hasta del Mediterráneo al fondo.

En Segesta se pone de manifiesto el exquisito gusto de los griegos al seleccionar enclaves, pero es solo un primer aviso. Más al sur, sin salir de la provincia de Trapani, se encuentra Selinunte. Una gran playa de arenas rubias y aguas de un azul metálico se extiende a los pies de este parque arqueológico, compuesto por varios templos dóricos y santuarios. "La primera impresión es de gran soledad y melancolía", escribió sobre este lugar Lawrence Durrell (1912-1990) en su amena obra Carrusel siciliano. Pero, de nuevo, el aislamiento de las ciudades –aunque sea gracias a colinas artificiales– resulta confortante: la brisa del mar se confunde con el aroma de los pinos y refuerza la sugestión de estar en perfecta comunión con la naturaleza.

Al ser imposible determinar a qué divinidades estaban consagrados, los templos de Selinunte han sido designados con letras del abecedario. Aquellos que lucen en pie, como el E, fueron objeto de un concienzudo trabajo de rehabilitación, pues hace mucho que la ciudad fue destruida cuando los segestinos, tal vez envidiosos del esplendor de Selinunte, se aliaron con Cartago hacia el 409 a.C. y comenzaron un asedio que arrasó la ciudad. Lo que quedó en pie fue demolido por los seísmos que se han abatido sobre Sicilia a lo largo de la historia. No obstante, el tamaño de las columnas, tanto de las erguidas como de las yacentes, es impresionante. Caminando hacia el mar asoma la Acrópolis, con restos de seis templos y otras edificaciones menores, junto al degradado santuario de Malophoros, dedicado a Deméter, diosa de la agricultura.

La brisa del mar se confunde con el aroma de los pinos y refuerza la sugestión de estar en perfecta comunión con la naturaleza

Muy distinta es la impresión que transmite el Valle de los Templos, a una hora y media de carretera de Selinunte. Aquí resulta ineludible la visión de la ciudad, Agrigento, que aparece como una cortina tras las ruinas. En cambio, estas se hallan muy bien restauradas. Tras pasar ante el descomunal altar donde en su día se sacrificaban animales, aparece el templo de Zeus Olímpico, de más de 100 metros de largo y columnas de más de 18: tal vez el mayor de la Antigua Grecia.

Templos para los dioses

A continuación aparece el templo de Cástor y Pólux, los héroes mellizos hijos de Zeus, junto a restos de otros cuatro templos y varios altares. Completan la familia, entre otros vestigios, el templo de Hércules, el más antiguo; el templo de la Concordia, de singular elegancia, también consagrado a Cástor y Pólux; y el templo de Juno Lacinia, del que solo resisten en pie 25 columnas de algo más de seis metros. En todo caso, es el conjunto lo que produce un poderoso efecto escenográfico, que multiplica su belleza al atardecer, cuando las últimas luces del día tiñen de naranja sus piedras.

El periplo puede concluir en la costa oriental. En la isla Ortigia, comunicada por un puente con Siracusa, se halla una catedral cuya portada, como una máscara barroca, da paso a un espacio que antaño fue templo griego para mayor gloria de Atenea y que todavía conserva las columnas dóricas del siglo V a.C. En las afueras de Siracusa, además, se abre un Parque Arqueológico en el que destaca un espléndido teatro griego. También puede verse allí el Ara de Gerón y las latomias, canteras de piedra calcárea que fueron usadas también como cárcel para los prisioneros atenienses en tiempos del tirano Dionisio.

Seguir viajando

Más al norte, en Taormina, otro gran teatro insiste en la perfecta armonía de lo griego con el paisaje circundante: desde sus gradas más altas se divisa la costa de la Península Itálica, así como la mole humeante del Etna. La primera crónica de su actividad eruptiva procede, cómo no, de un historiador griego, Diodoro Sículo.