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José Antonio Zarzalejos

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El ridículo

Una de las líneas rojas que el presidente de la Generalitat marcó y se marcó en relación con la consulta consistía en evitar “el ridículo”

Foto: Comparecencia de Jordi Pujol, ayer, ante la Comisión de Asuntos Institucionales del Parlament. (Efe)
Comparecencia de Jordi Pujol, ayer, ante la Comisión de Asuntos Institucionales del Parlament. (Efe)

Una de las líneas rojas que el presidente de la Generalitat marcó y se marcó en relación con la consulta independentistaconsistía en evitar “el ridículo”. Esperemos que este compromiso sea más firme que otros y no se convierta en una más de las flatus vocisque abundan en la jerga eufemística de la política catalana. Tradicionalmente a los dirigentes catalanes de la burguesía a la que Mas representa -al menos en parte- les ha importado mucho Europa, el ámbito internacional, la proyección estética de una Cataluña siempre por delante, en logros materiales y en conquistas intelectuales, de otras comunidades españolas. Una insurrección violando una Constitución democrática y desacatando la resolución de un Tribunal Constitucional, casa mal con esa autopercepción de exquisitez internacional de la que se presume en determinadas esferas de la dirigencia independentista.

Así como España parece no importar demasiado al Gobierno de la Generalitat y a los partidos que apoyan su aventura, no ocurre lo mismo con la Unión Europea. Que no quiere padecer más “sustos” como el escocés, ni reiterar experiencias como las que han protagonizado Cameron y Salmond siendo, como eran, evitables a la vista del resultado del referéndum. Si ese príncipe de la democracia que es el arrogante líder de los tories hubiese sido realista, habría barrido en Escocia la opción por una devolución máxima de poderes y se hubieran evitado las consecuencias del enfrentamiento entre independentistas y unionistas, a más de eludirse la implosión del modelo interno del Reino Unido. Los británicos no hicieron el ridículo (otra cosa fueron los patetismos de Cameron) porque se atuvieron a un pacto que les autoriza su sistema constitucional y que, sin embargo, no permite nuestra Carta Magna que se fundamenta en un Estado indivisible. Ese es, hasta que no se altere o modifique, nuestro derecho interno y el único que reconoce la comunidad internacional. El acto de hoy en la Generalitat consiste en solemnizar una ilegalidad, además, de manera desafiante.

La catedrática de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona y catedrática también Jean Monnet ad personan, Teresa Freixes Sanjuán, ha publicado en la Revista Jurídica de Catalunya (nº2-2014, páginas 297-329), un esclarecedor trabajo bajo la siguiente rúbrica: Secesión de Estados e integración en la Unión Europea. A propósito del debate sobre la permanencia en la Unión de Escocia y Cataluña como Estados segregados del Reino Unido y España. El texto es de una claridad meridiana: preciso, escrupuloso y aséptico, es decir, técnico, utilizando los instrumentosde interpretación jurídica más literales. Y su conclusión es diáfana.

“Como conclusión de este trabajo -escribe la profesora Freixes-, se puede afirmar que la secesión de un territorio de un Estado miembro de la Unión Europea es un asunto interno de cada uno de los Estados que se rige, en primer lugar, en cuanto al procedimiento, por su propio Derecho y en segundo término, en cuanto al reconocimiento, al Derecho internacional. Si la secesión se consuma por los medios jurídicamente previstos en el Derecho interno, estamos ante el surgimiento de un Estado nuevo que, para ser considerado como tal, deberá ser reconocido por la Comunidad Internacional, según las normas del Derecho internacional, especialmente la Carta de las Naciones Unidas. Si el nuevo Estado quiere entrar en la Unión Europea, debe seguir los procedimientos descritos en los Tratados para efectuar la adhesión como tercer Estado, cumpliendo con los Criterios de Copenhague, declarando el respeto a los valores de la Unión, negociando la integración jurídica prevista en los 35 capítulos legislativos, y, por último, formalizando la integración mediante la decisión unánime de todos los Estado miembros tomada de conformidad con sus respectivas normas constitucionales”.

El texto que antecede no está escrito por ningún político, ni de la UE ni de Madrid. Es una opinión jurídica pacífica, es decir, aceptada por la comunidad de expertos universitarios de los que Teresa Freixes Sanjuán es una de sus exponentes más solventes. Y no atenerse a los criterios que con tantacontundencia se contienen en la conclusión transcrita, sería hacer el ridículo ante el concierto de Estado occidentales. Quien mejor lo sabe es el presidente del Generalitat. Y exponer este criterio no es un argumento para infundir temor, sino para elaborar un relato veraz sobre el futuro de una Cataluña eventualmente independiente y del que se está privando a los ciudadanos catalanes.

Platón advirtió que la burla y el ridículo son, “entre otras injurias, las que menos se perdonan”. Ténganlo en cuenta quienes están comprometidos irreversiblemente en el propósito secesionista catalán. Y reparen en que a partir de hoy Mas sigue la senda del Maciá de 1931 y del Companys de 1934. Y estas repeticiones de la historia, como escribió Marx, ya no son tragedia; son farsa. El ridículo y la farsa son conceptos vecinos. Extraña que el presidente de la Generalitatno haya tenido una conciencia cabal del significado de su comportamiento, tan próximo al ridículo en el que prometió no incurrir. Poco después, además, de la comparecencia, tan penosa y farsante, y sin embargo tan expresiva, de un Jordi Pujol -padre la patria, que basculó entre lo patético y lo ridículo- pero quemientras defraudaba “construía Cataluña”, o sea,echaba los pilares del nuevo Estado que, como una ensoñación, quieren erigir los separatistas catalanes. El viejo político, además, demostró de qué forma su gestión y su personalidad atrapa y paraliza a un partido -CDC, que él fundó- que es como unanave a la deriva. Reflejo de una Cataluña sin rumbo.

Una de las líneas rojas que el presidente de la Generalitat marcó y se marcó en relación con la consulta independentistaconsistía en evitar “el ridículo”. Esperemos que este compromiso sea más firme que otros y no se convierta en una más de las flatus vocisque abundan en la jerga eufemística de la política catalana. Tradicionalmente a los dirigentes catalanes de la burguesía a la que Mas representa -al menos en parte- les ha importado mucho Europa, el ámbito internacional, la proyección estética de una Cataluña siempre por delante, en logros materiales y en conquistas intelectuales, de otras comunidades españolas. Una insurrección violando una Constitución democrática y desacatando la resolución de un Tribunal Constitucional, casa mal con esa autopercepción de exquisitez internacional de la que se presume en determinadas esferas de la dirigencia independentista.

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