Hace un tiempo escuché una anécdota que debería servir como esas historias con moraleja que asustan, pero para embarazadas. Debido a complicaciones médicas que no vienen al caso, una mujer recibe anestesia general para parir. Tanto ella como su hijo se salvan, ahí no está lo terrible del cuento.
Lo tenebroso es que cuando finalmente despierta se entera de que su bebé ya estaba en
Facebook. Es decir, ella aún no le conocía la cara y el pequeño ya tenía "me gusta" de contactos de sus familiares y amigos que habían entrado a la sala a conocerlo.
Los padres creen que publicar fotos de su bebé a diario en las redes sociales es algo tierno, es compartir con sus amigos la felicidad de esa vida que crece. Se equivocan. Lo que hacen es generarle al
niño un archivo digital imborrable sin su consentimiento, que quizá le moleste de adulto y con certeza lo avergüence en su adolescencia.
De hecho, la mayoría de los padres publican fotos que, si existieran de su propia
infancia, no las compartirían. ¿O acaso pondrían un retrato de ellos de bebés desnudos? ¿Subirían imágenes suyas travestidos de otro sexo? Presumo que no.
Los padres deberían restringir al mínimo la cantidad de imágenes que suben de sus hijos y, antes de compartir una, pensar si lo harían consigo mismos. Este es un criterio básico para cuidar a los pequeños en la era digital, mientras ellos no puedan protegerse a sí mismos de los padres babosos e irresponsables.