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La balsa del sexo: 11 desconocidos en una pequeña embarcación deben cruzar el Atlántico, ¿qué podía salir mal?

Mucho antes de que las televisiones descubrieran ese filón y presunto estudio sociológico que son Gran Hermano y demás realities, a principios de los 70 la ciencia llevó a cabo un experimento de similares características en alta mar. La idea: una pequeña embarcación con 11 desconocidos debía cruzar el Atlántico. Un viaje que buscaba teorizar sobre las conductas y la violencia entre un grupo de personas expuestas a una situación límite. Un experimento que los medios llamaron la barca del sexo.

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Detrás de esta singular “aventura” se encontraba el antropólogo e investigador social Santiago Genovés (Ourense) y la propuesta partía de sus propias vivencias. Genovés se fue de España junto a su familia siendo un adolescente (al acabar la Guerra Civil Española). Su destino fue México previo paso por Francia.

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Nuestro hombre se gradúa en la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia y obtiene el doctorado en Cambridge (Reino Unido), siendo investigador emérito de la UNAM tras su jubilación. Genovés moría el 5 de septiembre del 2013 con grandes aportaciones científicas, sobre todo en el campo sociológico del ser humano.

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Y es en este punto donde tres viajes marcaron su carrera. Tres escenarios donde él mismo estuvo implicado. Los dos primeros en las balsas construidas con caña de papiro, RA 1 y RA 2. Dos viajes en 1969 y 1970 respectivamente donde formó parte de la tripulación dirigida por su amigo el antropólogo y explorador noruego Thor Heyerdahl. Éste último quería utilizar estas expediciones para corroborar sus teorías sobre los viajes épicos hechos por los pueblos primitivos. Heyerdahl se había fijado como objetivo verificar la posibilidad de travesías trasatlánticas antes del viaje de Cristóbal Colón.

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Si bien Genovés compartía el interés por el trabajo de Heyerdahl, para el antropólogo estos viajes fueron el comienzo de su gran aventura. Había detectado durante las travesías que este tipo de viajes podían ser un perfecto laboratorio del comportamiento humano. Y quizá más importante, Genovés aprendió en ambas embarcaciones lo que probablemente sepan la mayoría de marineros desde tiempo inmemoriales: que no hay mejor banco de pruebas para el estudio de nuestro comportamiento que permanecer en alta mar sin posibilidad de pisar “tierra”.

Así comenzaba el experimento Acali: 11 personas que no se conocían de nada debían partir y cruzar el Atlántico desde las Islas Canarias. ¿Qué podía salir mal?

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Hora de partir

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Genovés tenía todo preparado el 13 de mayo de 1973. Ese día zarpaban desde el Puerto de la Luz en Las Palmas de Gran Canaria 11 personas (de diez nacionalidades diferentes) procedentes de 4 continentes donde faltaba únicamente Oceanía. El “equipo” se presentaba en ese momento y estaba compuesto (en su mayoría estaban casados o con pareja) por una mujer sueca, una doctora judía, un fotógrafo japonés, un restaurador griego, un sacerdote de Angola, una mujer norteamericana blanca, una mujer afroamericana, una mujer árabe de Argelia, un uruguayo, una mujer francesa y el mismo Genovés.

La balsa, llamada Acali, transportaba cinco toneladas entre alimentos y agua y había sido construida por el antropólogo con unas medidas de 12 metros de largo por 7 metros de ancho. Una pequeña embarcación impulsada únicamente por una vela y que, sorpresa, tenía solamente una diminuta cabina en la que dormirían y compartirían espacio (medía 4 x 4 metros). La cabina también tenía unas pequeñas bodegas donde guardar ropa. Por delante, toda una travesía sin posibilidad de parar en tierra para cruzar el Océano Atlántico con destino a México.

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Así que nos podemos imaginar esa primera escena desde el puerto de La Luz. Las primeras presentaciones, quizá los primeros roces o quizá los primeros síntomas de conexión entre ellos bajo una embarcación que a la larga, debía hacer mella en la tripulación.

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Genovés tenía muy claro desde el principio que no debía existir una coexistencia armoniosa, al menos así quedó reflejado en su libro y esa fue la razón de la selección que llevó a cabo para elegir a los voluntarios del viaje. En otras palabras, el hombre había decidido en función de lo que él pensó que sería una mezcla explosiva. Por esa razón lo primero que hizo fue nombrar deliberadamente a las mujeres las dos funciones más importantes a bordo: el capitán (la mujer sueca) y el médico a bordo (la doctora judía). De la misma forma y como contábamos, también tuvo cuidado de garantizar el mayor número posible de participantes casados (si tenían hijos aún mejor) junto a una gran variedad de razas y religiones que fueran representadas.

Ese 13 de mayo y poco antes de zarpar, el antropólogo había dado a conocer los arreglos para dormir en la cabina: se dividían en dos líneas de literas de forma que tanto hombres como mujeres estuvieran mezclados.

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Comienza la aventura en la “balsa del sexo”

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El viaje duró en total 101 días, tiempo suficiente para que Genovés llenara más de mil páginas con las observaciones de la vida a bordo. No sólo eso, durante el mismo los participantes completaron 46 cuestionarios de los que obtuvo un total de 8.079 respuestas sobre temas tan diversos como las propias relaciones a bordo, el comportamiento sexual de cada uno, la religión, violencia o cuestiones sobre la moralidad de cada uno.

El antropólogo narró cómo fueron los inicios titubeantes del grupo, un comienzo donde la gente estaba un tanto reticente y donde todo el mundo se mantuvo en alerta, en cualquier caso y lo más probable, señal de que nadie quería bajar sus defensas y revelar cualquier posible debilidad.

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La primera inhibición que se dejó caer fue la renuncia de la tripulación a usar el baño al aire libre. Sí, Genovés había construido un acceso anexo a la balsa desde el que debían hacer sus necesidades a la vista del resto de compañeros. Los primeros días discutieron sobre la necesidad de “esa” privacidad que dos semanas más tarde desapareció. Y es que pasados 14 días era posible ver como entablaban una conversación dos miembros mientras uno de ellos llevaba a cabo su “imperiosa” necesidad sin pudor ninguno.

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Luego llegó la primera fricción a bordo. Se trataba del sistema que se había creado de rotación de trabajos. Al parecer, Ingrid, la mujer sueca y capitán del barco, era una mujer autoritaria a la vista del resto, según el grupo, en ocasiones con un tono violento que ponía de los nervios a muchos miembros del Acali. Rachida, la mujer argelina, también entró en conflicto con el resto de sus compañeros debido a que eludía la mayoría de sus deberes. Por esta razón fue apodada por el resto como “la turista”.

En general fue una fase en la que casi todos se irritaban también con Zanotti, la mujer francesa, a la que acusaban de pasarse el día entero acicalándose, razón por la que comenzaba a realizar sus tareas una hora más tarde. Por su parte el sacerdote, según el grupo, era el miembro del que intentaban huir a diario. Un hombre descrito por su penetrante hedor constante e insoportable. En este caso genovés contaba que le acabó obligando a lavarse el cuerpo entero tres veces al día.

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Tras este primer período el antropólogo se pregunta a sí mismo por la cantidad de sexo que se estaba llevando a cabo en la balsa. Si se guiaba por lo que había visto, no mucho. Según contaría sobre el proceso de fases por las que pasaron los miembros:

Algunos de ellos se encontraban en las primeras semanas con frecuentes episodios de mareos y vómitos todo el tiempo. Por ello supongo que no era demasiado atractivo la idea de tener sexo.

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Según contaría años después el uruguayo y miembro del grupo José María Montero:

Excepto Genovés, yo, y la mujer sueca, ninguno de los participantes tenía costumbres marinas ni había navegado nunca. De modo que primero los viajeros tuvimos que padecer una adaptación física al medio marino. Hubo cuatro o cinco que se marearon durante varias semanas.

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Si tuviera que apostar en ese momento por la llegada de cupido Genovés apostaba por el fotógrafo japonés Yamaki y la estadounidense Mary. Ambos se habían mostrado muy cercanos desde el comienzo y con una gran conexión, además una de las noches le pareció que había surgido la “chispa del amor” entre ambos en el interior de la pequeña cabina.

Curioso, porque el primero del que tuvo certeza de acercamiento fue sobre él mismo. Genovés se convirtió al poco tiempo en íntimo de Zanotti. Un mes después registraría en su diario lo siguiente:

Comenzábamos a tener un sentido liberal y saludable de la relación, pero en última instancia, era un lugar vacío de camaradería lo que estábamos desarrollando a bordo.

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Los cuestionarios iban acompañando a los días. Así, cuando llegó el quinto test causó un gran revuelo. En el mismo se incluían preguntas tales como:

¿Qué es lo que más te molesta sobre la vida a bordo?, ¿qué es lo que más te gusta de ti y de tus compañeros?, ¿y lo que menos?, ¿te gustaría cambiar el orden de las literas?... Y de ser así ¿con quién te gustaría dormir al lado?, ¿con quién no te gustaría dormir al lado?, si no hubiera inhibiciones, ¿con quién crees que le podría gustar dormir a otro miembro?

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Ni que decir tiene que, ante estas preguntas, la tripulación estaba deseosa por saber lo que había respondido el resto. Ocurrió que tras revelar los resultados se acordó un nuevo arreglo para dormir en las literas. Otra vez todos juntos, pero bajo una disposición diferente.

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Llegados al 13 de julio se produce un accidente. Se desprende una de las palas del timón del Acali. Estaban en alta mar, así que las probabilidades de encontrarse con tiburones era altas. Genovés no lo duda y salta para inspeccionar los daños. Y es justo en ese momento y desde la perspectiva que le ofrecía la situación, cuando el antropólogo observa que todos habían asumido su rol y sabían perfectamente qué hacer. Como él mismo escribiría, no hay nada como sentir la amenaza del peligro para que surja el espíritu de equipo en una tripulación. Finalmente y tras una ardua lucha consiguen arreglar el timón.

Varias semanas después del incidente Ingrid propone un primer juego que se “saltaba” las reglas “no escritas” que habían tenido hasta entonces. ¿Adivinan cual? El llamado “juego de la verdad”. Propone que cada uno debe pedir a una persona a su elección cuatro preguntas por escrito, cuestiones que más tarde se debían leer y responder de forma anónima en frente de todo el grupo. Un ejemplo de ello: a Genovés le preguntaron:

Cuando estás en una de tus expediciones, ¿crees que tu mujer tiene relaciones extra-matrimoniales?

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La respuesta del antropólogo fue que no, o que en cualquier caso no lo creía, aunque respondió que es algo que no podía saber a ciencia cierta. En general este fue el tipo de preguntamos que se realizaron, la mayoría más directas, como al hombre uruguayo, al cual le preguntaron si le gustaría dormir con una mujer de la tripulación, a lo que respondió que si realmente le gustaba “no diría que no”. También existieron preguntas más violentas hacia la personalidad de cada uno. Por ejemplo al restaurador griego le desafiaron con un: “¿cómo puede ser que tengas dos caras?” A lo que respondió que no creía que fuera así.

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Pasaron los días y tras más de dos meses a bordo del Acali, Genovés cambia el plan tratando de usar preguntas más impactantes para averiguar cómo reaccionarían los participantes a una infracción deliberada contra el grupo. De esta forma se pasó a votar las siguientes cuestiones:

  • ¿Hay que pasar un día entero desnudos? El resultado fue de seis votos a favor y cinco en contra.
  • ¿Qué tal mantener una especie de fiesta continua donde todos pueden dormir con todos? El resultado fue de cuatro votos a favor, siete en contra.
  • ¿Deberíamos prohibir que se formen parejas? El resultado fue de dos votos a favor, seis en contra (y tres abstenciones).
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Cuando llegaron a la 13ª semana en alta mar, las dos mujeres estadounidenses llegan con una nueva idea que sobrepasa como nunca los “límites”. Sugieren que durante un período de cinco noches, a un hombre y a una mujer le deben permitir el resto del grupo que estén a solas en el interior de la cabina durante una hora. ¿La respuesta del resto? Se rechazó la propuesta, pero Genovés advierte y se da cuenta de la necesidad del grupo para pasar tiempo entre grupos más pequeños o incluso entre parejas, así que propone que cinco parejas extraídas al azar deben tener la oportunidad de reunirse en cinco lugares de la balsa donde no podían ser vistos por el resto.

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¿Qué ocurrió? El estado de ánimo del grupo subió ante la propuesta. Tras las asignaciones llegaron los primeros cotilleos y bromas (en su mayoría chistes subidos de tono) y comentarios insinuantes sobre las parejas. El barco se había convertido en lo más parecido a un Gran Hermano televisivo (y todo lo que ello implica).

Lo que pasó a partir de entonces fueron una serie de acontecimientos muy rápidos e impactantes para el grupo. El fotógrafo japonés trató de saltar por la borda porque, según explicaba, odiaba las fotos que había tomado y le resultaba difícil seguir adelante con los demás. Ocurre que su “amante” Mary había acabado rechazándole. Aproximadamente en las mismas fechas, un carguero estuvo a punto de embestir el Acali. Fueron también las mismas fechas en las que Genovés tuvo apendicitis. Un cúmulo de adversidades para el grupo que, como en otras situaciones de crisis anteriores, les espabiló y se concentraron una vez más en actuar como un equipo.

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Finalmente la apendicitis de Genovés mejoró y dos semanas más tarde el Acali entró en la isla de Cozumel. Allí cada sujeto fue aislado en cuarentena del resto y vigilados en un hotel para que no salieran. Durante una semana fueron sometidos a una serie de pruebas con psiquiatras, psicólogos y médicos.

Estos estudios que siguieron al viaje no dieron ningún resultado reseñable, al contrario de lo que pensaba Genovés. En su libro Acali publicado en 1975 el antropólogo interpretó todo lo que ocurrió a bordo de una manera que encajaba con su propia visión del mundo. A bordo de la balsa dijo que había encontrado a un “hombre nuevo”, “libre de ambiciones territoriales y de impulsos agresivos o sádicos”. Según Genovés:

Se han cumplido los objetivos. Regresamos con muchas esperanzas de haber contribuido humildemente al estudio del comportamiento humano. El mar es hermoso, pero la tierra puede también serlo si nos empeñamos en ello. Para conseguirlo es necesario que cada cual haga esfuerzos para una mejor comprensión a todos los niveles. Hay que determinar las causas que provocan la violencia humana. Hace cincuenta años, moría un hombre cada minuto, víctima de la violencia de sus semejantes. Pero hoy día muere un hombre cada veinte segundos por la misma razón. ¡Estamos muy contentos de conservar la vida!

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En cuanto a la sexualidad, Genovés llegó a la siguiente conclusión:

No hay deseo sexual innato que puede explicar suficientemente el impulso irresistible que al parecer tenemos de formar relaciones sexuales.

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Según contó años después Jose María Montero, el hombre uruguayo, sobre el mismo tema:

La vida sexual en ese ambiente tan promiscuo no fue lo que la gente se imaginó. Fue pobre y escasa. Cualquiera que haya navegado sabe lo que significa andar en una balsa tan endeble a la que solo le impulsa una vela. Permanentemente se están rompiendo cosas y no hay tiempo para pensar en la vida sexual; las guardias hay que respetarlas y la intimidad casi no existe. Todo eso es inhibitorio para la vida sexual. Además, todos teníamos que hacer nuestras necesidades en un espacio abierto que había sobre una borda, a la vista de todo el mundo, y a nadie le llamaba la atención.

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Un experimento que fue criticado por colegas de profesión del antropólogo. Y es que para muchos era poco ético haber conseguido de todos los participantes una firma de compromiso de antemano que le daba derecho a hacer uso a su antojo de los datos que surgieron en la travesía (incluso datos e información de naturaleza íntima). Irónico y diría que hasta un punto inocente observando lo que hoy están dispuestos a aceptar muchas personas.

Lo cierto es que Genovés no usó los nombres reales de los participantes, aunque obviamente eran fácilmente reconocibles (además los periódicos sí revelaron nombres). El hombre relató su experimento como una importante contribución a los comportamientos y convivencia humanos. Su libro dio fe de ello, mientras que los diarios se dedicaron a contar aquello que no fue. Los periódicos fueron precisamente los que apodaron al experimento Acali, la balsa del sexo. Inventaron historias entre los participantes buscando el componente amarillista de lo ocurrido con el que vender la travesía al público.

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Ironías del destino, ese primer intento de los medios por ahondar en lo mezquino por encima de una buena historia, con el tiempo se hizo profecía. Varias décadas después algún productor avispado de una televisión recogería el testigo de los medios de ese curioso experimento que se realizó a bordo del Acali. Daba comienzo así a la larga lista de los llamados reality shows donde la miseria se pagaba a precio de oro. Nacían el Gran Hermano y sus sucedáneos.


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